Desde que vivo en un piso compartido con gente que desconozco, creo en la magia, y no me refiero a la magia de acostarse un día sin escuchar la música de garito chungo de la habitación colindante, ni tampoco a los platos, que en realidad no sé si será por magia o es que ya existen fórmulas matemáticas para calcular el apilamiento de cacharros en el fregadero.
Yo me refiero a que una despierte un día, sin haber notado todavía el espíritu navideño y se encuentre un árbol propiamente decorado a escala 1:9 en mitad del pasillo.
A partir de este punto cada vez que te paseas bien al baño o al frigorífico, no te resulta curioso encontrarte un regalo perfectamente envuelto debajo del pino.
Me pregunto cuándo será el día en que mi nombre esté escrito sobre el papel de esos envoltorios.
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