La comida no sabe a nada cuando no puedes respirar por la nariz.
Tus fosas nasales, a pesar de tener un olor perfectamente perceptible a distancias determinadas, están bloqueadas por una simple sensación de carga fluida en su iterior, carga que por falta de actividad va deslizandose sigilosamente por las paredes pobladas que no oponen resistencia alguna, hasta llegar al punto álgido en el que uno se plantea si lo que ocurre es algo más que una sensación. Efectivamente existe, de ahí en adelante hay dos posibilidades que se repiten cada vez que ocurra dicha secuencia (suele rondar en torno a las 19 veces por hora y media, siempre y cuando te hayas pasado todo ese tiempo inmovil o prácticamente), la primera es volver a comprobar si realmente tus fosas están a la obstruidas. Después de hacer tanta fuerza como para emitir un ruido extraño e irreconocible y tras haber mirado si alguien ha descubierto tu posición espacial, te remites al segundo plan. Sigilosamente acercas tu mano, compruebas que faltan escasos momentos para que alguien sufra un deslumbramiento por la refracción de la luz sobre la dichosa gota y decides rascarte el interior de la nariz y he dicho rascarse, debido a que el intervalo de tiempo que tu dedo pasa dentro de la nariz, debe ser inferior a 16 milisegundos, si llegara a ser superior esta acción podría calificarse como sospechosa. Con este movimiento se disminuye el fluido, depositandolo acto seguido en un kleenex (en el caso de no ser la típica persona que siempre los lleva en el bolso/illo, puede que el depósito sea en un trozo cercano de tela grueso, dícese de la silla, la costura del pantalón o el puño del jersey).
No existe otra terapia. Sin embargo para miopías galopantes sólo necesitas unas gafas gruesas de pasta (perfectas para esconder el grosor de las lunas delanteras).
El mundo no está hecho para gente mocosa.
Testimonios de una enferma crónica de rinitis alérgica.
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